¡Un momento, por favor! 6



Últimamente estoy algo decepcionado. He buscado escritores actuales que escriban humor y no hay manera. Digo escritores, no señores o señoras más o menos famosillos que hagan libros de ocasión para editoriales dispuestas al chascarrillo más o menos hilvanado. Hablo de literatura. Por supuesto, no me refiero a los que utilizan la ironía dentro de libros que son otra cosa, sino a los que en libros de humor propiamente dichos, nos dan además esas otras cosas.

Tal vez no supe buscar y sí que los hay, pero me temo que se han acabado por el momento los Gómez de la Serna, los Jardiel Poncela, los Mihura y tantos otros. Se acabó hasta La Codorniz, así que ya me diréis qué se puede esperar.¿Qué pasa? ¿Nos hemos vuelto tan importantes que ya no sabemos ser más que serios? ¿No es respetable la broma? ¿Es políticamente incorrecto el disparate? ¿Importante se ha convertido en sinónimo de serio? ¿No podemos contar con más humor que el de las gilipolleces televisivas? ¡Pues estamos apañados!

Para no deprimirme, he recordado algunas anécdotas de tiempos pasados que, sin ser literatura, pertenecen al entorno.

Para nota fue la respuesta de Dante a una señora que le agradecía no haber puesto diablesas en su Infierno: “Señora, no hay diablesas en el infierno porque no sería justo que los hombres las tuvieran también allí después de haberlas tenido que sufrir en la Tierra” (que mis amigas no me odien por esto... en todo caso que odien a Dante)

También son de sobresaliente las opiniones sobre los médicos de algunos clásicos como la de Antonio Machado, recordándonos que “a un buen médico se va con la sospecha de una enfermedad y se sale con la seguridad de tres o cuatro”. O aquello de Molière: “Un médico es un individuo que disparata junto a la cama del enfermo esperando que la naturaleza obra y lo cure, o que su receta acabe con él antes”. Claro que Molière era de los incorregibles; una vez que estaba bastante indispuesto llamaron al médico y, antes de que entrase a la alcoba, refunfuñó desde la cama: “Que no entre; decidle que estoy enfermo, que ya le visitaré yo cuando mejore”. Y qué me decís de aquel Galdós contestando al amigo rico que quería ser médico para a tender gratis a los pobres: “Pero, hombre, ¿qué te han hecho a ti los pobres?" (De esta los que sí nos odiarán son los médicos)

También entre escritores se han dado zurras de las de no te menees; no hay más que recordar a Wilde, tras una representación teatral muy mala de un mediocre dramaturgo:

Señor Wilde —le dijo otro colega— si le pareció tan mala ¿por qué no silbó como hicimos otros?”

Tenga usted en cuenta —susurró Wilde— que es imposible hacerlo mientras se bosteza.

Si el irlandés era fino, no se quedaban atrás algunos de los nuestros, como el olvidado Campoamor —mucho más interesante de lo que tantos pedantes actuales opinan—. Tras una conferencia en el Ateneo madrileño en la que se mostró como librepensador, alguien le dijo: “Usted mucho hablar, don Ramón, pero los domingos bien que va a misa”. A lo que contestó el poeta: “Entiéndame usted, entre oír misa y oír a mi señora...” Lo cierto es que no tiene casi desperdicio alguien que se atrevió a hacer estos cuatro versos: “Yo conocí un labrador, / que celebrando mi gloria, / al borrico de su noria / le llamaba Campoamor”.

Aunque Fournier nos recordaba “Para que una frase tenga valor es necesaria una buena firma que la avale”; por otro lado, el citado Campoamor afirmó: “Suprimid algunas frases inspiradas de la historia y las guerras de Grecia quedarán reducidas a altercados de patanes, y la revolución francesa una orgía de caníbales”; así que bueno será recordar frases de vez en cuando. Es más, si cualquier lector, tiene interés en hacernos llegar alguna contemporánea, la recibiremos de mil amores.

Bueno será acabar pidiendo disculpas por estas cosas, con aquello que dijo Bernard Shaw: “Aunque soy hombre de letras, no debéis suponer que no haya intentado ganarme la vida honradamente”

Enrique Gracia Trinidad