Cuando un libro es inclasificable, no vale darle vueltas. Sencillamente: no se le clasifica y en paz. De esos es “Ojos de agua”, una colección de dísticos, es decir, de mínimos poemas resueltos en dos versos blancos, no pareados con rima alguna. Para desesperación de críticos y profesores metidos a críticos, no hay casilla donde clasificarlo, no hay adjudicación de escuela Fumío Haruyama en el mínimo prólogo barre para su casa del Sol naciente y declara esta estructura heredera del haiku: Se equivoca. Nada tienen que ver estas composiciones entre sí, salvo en su cortedad y su ambición de síntesis. Tan sólo se asemejan cuando el autor decide aportar en algunos dísticos ese hermetismo contemplativo que los haijin ejercen impenitentemente y que a veces se nos alejan de los criterios occidentales, menos pasmados ante la relación naturaleza y hombre que los orientales. Sí hay en este pequeño libro una decidida voluntad de estilo, de sentar bases para que sobre ellas puedan alzarse otros edificios poéticos similares. Esta voluntad didáctica es una característica de Juan Ruiz de Torres, siempre a la búsqueda de la esencia poética, que, tal vez, de no aplicar a cualquiera la dura exigencia que se autoaplica hallaría más numerosos epígonos. Esta variopinta colección de ciento catorce dísticos —por una vez Ruiz de Torres rompe su costumbre de acumular múltiplos de trece— da mucho de sí. Anoto también que, en esta ocasión, no sigue el autor su desaforada lucha contra los adjetivos. Escribir sin relación al trece, poner más adjetivos de los que acostumbra y condensar de tal manera, son más cambios en un sólo libro de los que podían esperarse de este autor madrileño. Habrá que estar atento a futuros experimentos. Más metidos en harina, hay que reconocer,
que cuando la mente se sitúa en una tesitura concreta, no paran
de producirse sensaciones, referencias, ideas o emociones que se formulan
en dicha disposición anímica y se ajustan al formato previsto.
Así pues, en esta clave del disparo poético en corto,
consigue a veces el autor niveles profundamente poéticos junto
a otros que añaden más bien sorpresa, inquietud, sorpresa
o desconcierto. Sea dicho lo anterior desde la humildad de quien no
sabe, a estas alturas, qué diablos es eso de poético o
no poético. A quien tenga algo más que un atisbo razonable
o una de esas seguridades melifluas que tanto abundan, le ruego que
me lo haga saber. Algunos se distinguen por enigmáticos e inquietantes: “Detrás de los espejos / duerme el furor de Alicia.”, “Ya no es hora / de acudir a la antorcha.”, “Lentamente, murmuro / los juramentos falsos necesarios.” Incluso algunos, in media res por todos lados, producen cierto escalofrío: “Con su traje de fiesta, ha llegado la niña desdeñada.” Los hay realmente magníficos —no se me pregunte por qué— tales como: “Cuando partió la niña, quedó muda / la tecla más oscura del pïano.” “Ha caído la luna. / Ni siquiera el poeta se ha quejado.”, “Trata en vano / el cielo de enmendar su culpa.”, “Hoy concluye la Historia, dijo y pagó su cuenta.” “Cada vez que te ausentas / siento el escalofrío del futuro.” o “Como el cansancio, / gime la incertidumbre.” Y algunos que destacan sin paliativos: “Arriba, más arriba, / y que el cielo nos juzgue.”. En el conjunto alternan culturalismos amenos, “El recuerdo de Mowgli no se esconde / bajo los templos muertos.”, con toques de ecología doméstica, “Salvemos el pequeño entorno / y que la miel no sepa amarga.” ; emociones personales, “Voy dejando mis lágrimas / en las puertas antiguas.” con conclusiones ambiguas y desconcertantes, “Al funeral de la palabra / asistieron las masas, pero no los poetas.” Es reconfortante ver, a veces, la sutileza del
ingenio, “Los dedos de la mano / son cinco, apenas cinco.”
junto a cierta antigua ingenuidad, “Hazme un hijo, pediste. /
¡Si ni siquiera puedo hacerte honesta!”; algún planteamiento
ilusorio, “Todo es dulzor, concordia, después de los alfanjes”
frente a ráfagas de fuerte intención , “Que no escriban
poemas, / que no ladren los perros.” Vecinos de la soleá y colegas del haiku,
primos hermanos de la greguería, amigos, más a la fuerza
que por gusto, de los aerolitos de Carlos Edmundo de Ory, estos dísticos
tienen el sabor de la inmediatez pero todas las proteínas del
pensamiento elaborado y la experiencia larga. Enrique Gracia Trinidad |
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