LA POÉTICA DEL VÉRTIGO

 

Presentación (por Medardo Fraile)


Mi amigo el de las teorías –un arca humana llena de bisutería original y sorpresas de oro-, me dice que un verdadero poeta tiene que serlo –él y lo que hace- sin que falte ni una letra: seis para poesía y cinco para poeta. El que no alcanza ese número no pasa de aprendiz o aspirante. Ahora bien –agrega-, las letras pueden ser minúsculas o mayúsculas, y eso –dice- no tiene importancia, porque solo depende de lo que traigan los días, unas veces grises y otras con luz.

Mi amigo el de las teorías ha creído oportuna esa retahíla porque le he dicho que ando escribiendo la presentación de un libro de Enrique Viloria Vera, poeta venezolano que hace poesía, sobre un poeta español que hace poesía, Enrique Gracia Trinidad, y que los dos forman parte de los nueve poetas que yo prefiero, de los que ya he dado antes cumplido o esbozado testimonio.

Lo de cumplido le ha parecido bien; lo de esbozado le inquieta, y me pregunta qué es lo que quiero decir con eso. Es fácil –le digo-: Que ellos merecen más de lo que yo he hecho, porque no solo son poetas –mi amigo tuerce el gesto-; Viloria es o ha sido crítico de arte, periodista, técnico, gerente y directivo de empresas petroleras, editor, profesor y decano de Universidad, y Gracia Trinidad es dibujante, actor, presentador de libros, conferenciante, etc.

Parece mentira –me dice- que, con los muchos años que ya acarreas, no sepas aún que todo eso no puede añadirle nada a un poeta de once letras. El cuerpo humano tiene la mala costumbre de sentir hambre y de querer cubrirse o abrigarse –y no siempre se encuentra una hoja de parra a mano-, y el alma o el espíritu del poeta, presos e incómodos en él, con gozos o angustias, con alegrías o tristezas, golpeando las venas, los huesos, el corazón, con preguntas que no tienen más respuesta, parcial y transitoria, que el poema, deben procurarle el maná o el pan, o lo que esos símbolos nutricios expresen, para mantenerlo en pie. No avergüences a esos dos excelentes poetas contando esas cosas...

Siento que yo mismo me sonrojo un poco y, por disimular, cambio el tema.

Mira –le digo, procurando que no me vea la cara-, he admirado tanto los libros del poeta Enrique Gracia Trinidad, que sentí la necesidad imperiosa de airear mi admiración de algún modo y, aprovechando la salida de un libro suyo, aún muy reciente, Sin noticias de Gato de Ursaria, escribí sobre él en el suplemento literario de un diario andaluz, donde me dejan escribir todas las semanas ciento cincuenta palabras, que es la medida de la sensatez del hombre al fin y al cabo. Se lo leí:

“Creo que fue Cela el que dijo que España no daba para dos ideas sobre la misma persona. Esperemos que no. El caso es que ese grandísimo poeta que es Enrique Gracia Trinidad hace tantas cosas bien, que la gente puede quedarse solo con una, dibujante, actor emparejado con una excelente actriz, Soledad Navas, presentador, conferenciante..., y quizá se olviden del poeta extraordinario que es. En su último libro, Sin noticias de Gato de Ursaria, muy justamente premiado, como otros suyos, se inserta un Proemio sobre el incierto origen del Gato en cuestión, en el que se dice que éste se sentía tan insatisfecho y aburrido de todo que se hizo a desayunar asombro cada día, almorzar extrañeza y cenar hastío. O sea, como nosotros mismos. Y que despilfarró su inteligencia, porque nunca consiguió otra posesión o herencia que despilfarrar. Parecen confesiones autográficas de Enrique.”

No está mal –dijo. Y de Enrique Viloria Vera, ¿has escrito algo?

Sí –le respondí-, y por los mismos motivos. Escucha esto:

“Enrique Viloria Vera se autorretrata en los fragmentos de mil espejos y nos dice que le define la soledad y que ésta es tan insoportable como la vida en común. Los otros no llegan nunca a ser el infierno sartriano, pero son la intemperie. La multitud es basura, desechos, la borra de la existencia. Se pregunta si él existe, si existirá, si no sería mejor quedarse aquí, en la Tierra. Dondequiera que vaya se rodea de cuadros que le gustan; cuando se marcha, los abandona o los regala. Adora a su mujer, Iraida, y a sus dos hijos; entretiene con generosidad y entrega a sus amigos y, sin embargo, espera siempre la carta de un desconocido que le cambie la vida.”

Mi amigo el de las teorías pone gesto de reconvención y me dice: Lo que me has leído sobre los dos Enriques no me parece mal del todo, pero estarás de acuerdo en que eso no es bastante.

-Amigo mío, llevas toda la razón, y estoy seguro de que repararé mi falta un día de estos cualquiera, muy pronto...

Medardo Fraile,
Kirkby Lonsdale, Cumbria, julio, 2006.