(NOTA VII).ALGUNOS
DE LOS POETAS.
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Algunos de los poetas se echaron a la calle, invadieron los parques y engañaron
con versos y con pan a las palomas. Se establecieron silenciosos en todas
las esquinas, allí donde se acaban los oficios diarios y la melancolía
se apodera de las manos, del dorso de la mano sobre todo, del perfil de
la boca.
Era muy fácil confundirlos con el escaparate de una papelería
«liquidación por cambio de negocio», con la vieja casa
siempre en obras, de la que huye el corazón en cuanto puede, convertido
en un mueble desgastado, en un espejo ya irrecuperable para risa de niña,
o en un par de zapatos que olvidaron correr antes del tiempo de la muerte.
Pasaban desmayados por un resto de luz, por la veta del mármol,
bajo la marquesina dibujada sobre la que se refugiaron, hartas de engaño
y tristes, las palomas.
Siguieron en la calle hasta que el nuevo día los convirtió
en un cierre de persiana. |
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"...SOBRE
LA NIEVE DEL PAPEL LA FRÁGIL LINTERNA MÁGICA...»
(Ch.
Baudelaire. Los Paraísos Artificiales)
Hoy trabajó toda la tarde,
mejor dicho, dejó pasar las horas
con las manos encima de la mesa, libros,
papeles,
polvo,
y un estúpido gesto entre los labios.
Fuera pasaron ángeles de cuero
sobre motocicletas imposibles,
las alarmas gastaban el silencio sin que
nadie acudiera,
inútilmente,
el paisaje quedó como un cárdeno
toro,
como el mensaje de una cita en un contestador
desenchufado.
La noche cruzó a nado su distancia
de sueño
y terminó de dibujar el toro, negro
zaino, cornígero de luna.
Los ángeles dejaron que las motos
brillasen a la puerta de los bares.
También sonó el teléfono
dos veces.
Sin conectar la luz, sigue frente al papel,
con la vista clavada en el remache
de una carpeta azul como sus ojos,
como el cristal de todas las ventanas
con un televisor tras la cortina.
Enciende su mechero para fumar el último
cigarro
y por unos instantes
las hojas le sonríen con un miedo
amarillo.
Pero no cambia nada.
Y es que no basta con sentarse delante
de la mesa,
con decirse que hoy tiene que salir
un poema perfecto. |
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MERCADO DE LAS
VENTAS
Nada como las bolsas de plástico
y de mimbre
flotando a media altura en el mercado,
bajo las manos de mujeres fuertes,
sobre pequeños carros donde un
mundo cabe,
siempre dejando ver algún tallo
de acelga,
una barra de pan o unas cebollas.
Es este un circo de alma insospechada:
el alboroto del frutero,
el perfume a embutido, a papel de envolver,
y la risa del tonto
que ayuda con las cajas de verdura.
El carnicero está de buen humor.
¡La mujer del pescado es tan hermosa!
No hay color en el mundo
como el que tiene un puesto de frutas
apiladas,
un color oloroso de piel acariciable y
fresca.
¡Hay tanta gente aquí, tanto
alboroto!
—¿Quién da la vez?— repite
el eco,
mientras un universo multicolor, sin tregua,
sofocante,
desfila siempre igual, distinto siempre,
junto al escaparate de aceitunas.
Se vocea el pimiento con eróticos
gritos
y cómplices sonrisas,
interrogan al ojo del besugo,
miran en el profundo corazón
de la lechuga,
se palpa la manzana.
Es este el paraíso reencontrado.
A las diez de la noche
ángeles de amoniaco lo dejarán
a oscuras, en silencio.
Pero antes de que llegue la limpieza
tenaz y redentora,
aunque el suelo esté sucio y maloliente,
el aire es de limones, de laurel o canela,
de verde perejil, gamba roja, café,
queso manchego,
vida.
Siempre se ve un cangrejo fugitivo
que busca un niño al que asustar
y lo consigue. |